Miguel ojeó su agenda, la semana se le antojaba trepidante. Sin duda era un lunes cualquiera, un lunes como todos esos lunes que sus compañeros del equipo de fútbol maldecían. Pero era distinto para Miguel, en su quehacer diario en el centro, no había un lunes malo, ni un martes aburrido, ni un miércoles soporífero, ni un jueves tedioso, ni un viernes pesado. Miguel conocía martes interesantes, miércoles duros, jueves trabajados y viernes inspiradores. Los lunes eran otra cosa, los lunes eran, cuando menos, desafiantes.
En la agenda y bien subrayadas en rojo, se encontraban las tareas que tenían que repartir y adjudicar a cada uno de los miembros del equipo para la planificación del nuevo museo de la ciudad. Con motivo de la adjudicación de unos terrenos dedicados a la edificación pública, el ayuntamiento había organizado un concurso con objeto de convertir la ciudad en un referente del arte contemporáneo actual, relacionándola con la tradición propia de su desarrollo artístico en la historia e incardinándola en la idiosincrasia de su cultura y geografía únicas. El equipo de Miguel competía con otros grupos por ofrecer el mejor programa de exposiciones y el estudio de diferentes líneas de proyecto para la divulgación artística y cultural del museo.
En la convocatoria del proyecto, los encargados les presentaron los planes del edificio, las salas de que disponían, los espacios abiertos, los centros de restauración y otros puntos de venta y comercio. En palabras de los organizadores del concurso se trataba de: “un gran proyecto de divulgación que requería de un profundo análisis de las principales corrientes artísticas del siglo XX, el conocimiento de la historia y evolución laboral, económica y social de la zona y los caminos de encuentro que podían dibujarse entre ambas, materializados en la coordinación de los proyectos y las exposiciones de un espacio arquitectónico único”. En lo referente al análisis artístico e histórico, estos puntos debían de entregarse en un pequeño dossier, al que se acompañaba con un portfolio que ilustrase el desarrollo y la evolución del trabajo y del concepto global para el museo, bien fechados y señalando el reparto de tareas y funciones en el equipo. Además, por otro lado se evaluaba la claridad y creatividad el día de la exposición con una escala que se conocía de antemano.
Miguel y sus compañeros se pusieron manos a la obra en su aula, no disponían de mucho tiempo, a las once tenían la asignatura de Comunicación, después “Reli” y por la tarde Tutoría y Física. Sí, “Reli” y Tutoría y Física y “Mates”... y todas las asignaturas propias de un colegio, porque Miguel no trabaja para ninguna empresa de diseño y comunicación, sino que está estudiando en un colegio, un centro vanguardista que ha entendido qué significa innovar y ser escuela en el siglo XXI.
En el pasado, el Colegio Monserrat fue un colegio como cualquier otro. Fundado en 1926, es un centro educativo concertado de las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret. Este libro narra la historia de este peculiar colegio de Barcelona, que se ha convertido en un referente pedagógico en la vanguardia de la educación española. Si quisiéramos acabar de una vez por todas con el fracaso escolar de nuestro sistema educativo, la primera medida eficaz sería que todo claustro de toda escuela en España, leyera y comentara en grupo las vivencias y los métodos que se narran en este material imprescindible.
Es un verdadero regalo que este libro esté impreso y podamos ser partícipes en la lectura de la revolución narrada que ha hecho que un centro educativo, un día como cualquier otro, se convierta en un lugar mágico pero real; donde se aprende construyendo, pero con normalidad; con metodología innovadora, pero que ha dejado de ser nueva por su manejo cotidiano; donde los profesores innovan y crecen, pero no dejan de investigar nuevos caminos; donde la evaluación es muy dura, pero los alumnos la comparten y son el centro del proceso en todo momento; donde la educación del siglo XXI se ha encarnado para mostrarnos que el cambio es posible, pero desde la más sensata y honda humildad.
Es un verdadero regalo que este libro esté impreso y podamos ser partícipes en la lectura de la revolución narrada que ha hecho que un centro educativo, un día como cualquier otro, se convierta en un lugar mágico pero real; donde se aprende construyendo, pero con normalidad; con metodología innovadora, pero que ha dejado de ser nueva por su manejo cotidiano; donde los profesores innovan y crecen, pero no dejan de investigar nuevos caminos; donde la evaluación es muy dura, pero los alumnos la comparten y son el centro del proceso en todo momento; donde la educación del siglo XXI se ha encarnado para mostrarnos que el cambio es posible, pero desde la más sensata y honda humildad.
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